El ser humano tiene dignidad como persona en todas las etapas de su vida y nadie puede acabar con ella premeditadamente. Las asociaciones pro-eutanasia han puesto todo su empeño en mediatizar algunos casos extremos presentados ante la opinión pública en razón de su carácter especialmente dramático. Su estrategia ha sido habilidosamente rentable: la discusión se focaliza en torno a unos cuantos casos 'límite' que desencadenan una fuerte carga emocional y como resultado el debate público se reduce a eslóganes concebidos por un fuerte sentimentalismo y falsa compasión, no haciendo uso de la razón y dejándose llevar por una pasión irracional.
Antes de que en Holanda se legalizara la eutanasia existían pequeños grupos de presión que generaban opinión pública a favor de la eutanasia. El primer paso hacia ella fue conseguir que se confundiera la eutanasia con la muerte digna, confundir lo que es la dignidad de la persona y lo que es llevar una vida digna. Se aprovechan del miedo al sufrimiento y al dolor para plantear la muerte como única salida. El siguiente paso de los grupos pro-eutanasia es transgredir la ley con algún caso límite que nos presentan en los medios de comunicación, siempre llevándonos al terreno sentimental de la compasión, como sucedió en España con los aireados casos de Ramón Sanpedro (incluso el cineasta Alejandro Amenábar hizo apología de la eutanasia en su film Mar adentro) o Inmaculada Echevarría. Y el último paso es conseguir llegar al Parlamento con una despenalización de la eutanasia en «determinados casos límite» -con una estrategia, por cierto, muy parecida a la seguida con el aborto-, para finalmente terminar hablando de ella como un derecho y conseguir que se apruebe como Ley.
La eutanasia no surge por una demanda de la sociedad, los enfermos no la piden. Cuando nos dicen esto es porque las encuestas están manipuladas al presentarnos una disyuntiva sofística: o te mueres con dolor horrible y sufrimiento insoportable, o pides la eutanasia. Pero silencian que la alternativa al dolor son los cuidados paliativos, no la eutanasia. Nos ocultan que detrás de un enfermo o incapacitado que solicita morir, están estas asociaciones tétricas que le visitan, le escriben, le presionan psicológicamente y le convencen de que su vida así no merece ser vivida y que le conviene pedir el suicidio asistido.
En España los grupos de activismo pro-eutanasia presentaron al Gobierno sus propuestas para que se conviertan en ley. Y diversas instituciones (Fundación Alternativa, Observatorio de Derecho y Bioética de la Universidad de Barcelona, Instituto Borja de Bioética de la Universidad Ramón Llull, Comité Consultivo de Bioética de la Generalitat de Catalunya) han elaborado diversos informes que vienen en avalar las prácticas eutanásicas y sirven de respaldo para que el Gobierno proponga (como así está haciendo) un proyecto de ley regulador de la eutanasia. Mucho nos tememos que al final la ley contemple no sólo los casos de enfermedades en estado terminal, sino que también incluirá las crónicas, degenerativas o discapacidades graves. Y todo ello financiado por la sanidad pública. Ante la incredulidad, tiempo al tiempo.
Recordemos como el PSOE, en el XXXVII Congreso Federal (apartado de nuevas políticas e instituciones para una sociedad en igualdad) dice explícitamente: «.la sociedad española debería abrir el debate hacia la posible regulación legal del último componente, el derecho de los pacientes afectados por determinadas enfermedades terminales o invalidantes a obtener de las instituciones y de los profesionales ayuda para poner fin a su vida».
Cabe preguntarse cómo un partido que se dice socialista puede estar contra la persona en sus etapas más débiles. Esto no es socialismo, sino puro nacionalsocialismo. Es la mentalidad racista de los fuertes acerca de que existen vidas que no merecen ser vividas. Es el argumento del Reichführer Adolf Hitler para asesinar a 800.000 enfermos, entre ellos 8.000 niños. Esto si lo hace un dictador es una barbarie, pero si lo hace una democracia bajo la tiranía de las mayorías es puro progreso.
La política actual está al servicio de la economía del poder y el lucro, no del bien común, primando, por tanto, la voluntad de los más fuertes. El Estado se transforma en Estado tirano, que dispone de la vida de los más débiles e indefensos, desde el no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa que el interés de una élite siniestra. Nuestra cultura del hedonismo, el culto al cuerpo y a lo bello, el materialismo y el relativismo, donde todo se convierte en objeto de uso y eliminación.termina por aplicarse a las personas. Es una cultura que en muchos casos se configura como una verdadera cultura de muerte, promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas que conciben una sociedad basada en la eficiencia.
Una de las consecuencias que tiene siempre una ley, en una sociedad fuertemente positivista, es hacernos creer que lo que es legal es moralmente bueno, es legítimo. Los atentados a la vida naciente y terminal tienden a perder en la conciencia colectiva el carácter de «delito», de algo moralmente malo, y a asumir paradójicamente el de «derecho», algo moralmente bueno, hasta el punto de pretender un reconocimiento legal por parte del Estado. Pero aquí, hemos de manifestar que no todo lo que es legal es moral ni legítimo y tenemos la obligación de desobedecer una ley injusta, pues, como dijera Gandhi, «la ley no tiene nada que decir donde le toca hablar a la conciencia».