A. G. - LAS PALMAS DE GRAN CANARIA Considerado uno de los pioneros de su especialidad en España, Marcos Gómez recibió ayer la Medalla al Mérito del Trabajo, distinción que de inmediato dedicó a su equipo y familia por la dedicación y apoyo y las muchas horas robadas. En esta entrevista hace repaso sintético de la evolución y el estado actual de un ámbito tan sensible como los cuidados paliativos.
- Cuenta en su sitio web que se dedicó a la medicina paliativa tras vivir una experiencia de dolor extremo. En todo caso, y más allá del sufrimiento en sí, ¿qué le indicó a usted aquel dolor? ¿Fue una humillación? ¿Un encuentro con el sinsentido?
- Fue un drama, una experiencia destructiva que te anulaba como ser humano, que te impedía pensar en otra cosa que no fuera tu dolor intenso, algo realmente aniquilador. Y, en efecto, comencé a dedicarme a la medicina paliativa tras sufrir esa experiencia a raíz de una infección en un quirófano [era medico anestesista entonces] que me tuvo en cama tres años, y una parte de ese tiempo con lo que llaman dolor central, por daño en la médula, que además es de muy difícil alivio. Aquello fue el dolor de verdad, digamos. Ya entonces se empezaba a hablar de unidades de tratamiento del dolor y puse una consulta, pero me di cuenta de que el dolor no lo era todo, pues había enfermos a los que se les quitaba y seguían con muchísimos problemas, se me ponían a llorar, tenían miedo.
- ¿Y cuál fue la deficiencia fundamental que encontró?
- Pues justamente que los cuidados a los enfermos incurables, y empecé con pacientes de cáncer, no eran abordados en todos sus aspectos, no atendían a las demandas de los pacientes más allá del dolor en sí. Entonces pedí una beca de cuatro meses y me fui al Instituto Nacional del Cáncer de Milán, y allí descubrí que eso que yo intuía que debía de existir distinto de las entonces llamadas unidades del dolor ya existía y tenía un nombre: la medicina paliativa, que se plantea un abordaje integral del paciente no sólo en lo que tiene que ver con todos sus síntomas y demanda, sino con la atención psicológica y espiritual a ella o él y los familiares. Y cuando volví a Las Palmas cambié el nombre de la unidad hospitalaria y fue, de hecho, una de las primeras de medicina preventiva en España.
- Es curioso que dos dimensiones de la medicina, la preventiva -la salud pública- y la paliativa, hoy en primer plano, hayan tenido un desarrollo infinitamente menor que el de la medicina de intervención, la curativa. Y eso en un tiempo en el que la figura del médico no era la de un ingeniero del cuerpo.
- El motivo es el siguiente: antes los médicos eran personas que no curaban casi nada, no tenían medicamentos eficaces para controlar muchas enfermedades, había arsenicales, sales de bismuto, antipalúdicos y pocas cosas más, hasta que en los 40 [del siglo XX] se descubrieron los antibióticos y ahí empezó la medicina a desarrollarse, a curar enfermedades de verdad. Y desde entonces el vértigo por los avances de la medicina curativa ha llevado a los médicos a una fascinación por la tecnología, a un delirio de omnipotencia que a veces tenemos como consecuencia de la medicina tan fascinante que tenemos hoy. Y eso fue induciendo sin querer al olvido de los pacientes que no podíamos curar, a los que muchas veces veíamos como un fracaso profesional, cuando no, al verlos morir, estábamos inconscientemente viéndonos a nosotros mismos ante la muerte, lo cual no todo el mundo está dispuesto a afrontar... así desde los años 40 hasta los 80, en que en Inglaterra e Italia surge un movimiento que aborda estas carencias ya entonces enormes. A partir de ahí la medicina asumió que su papel no acaba cuando un enfermo queda incurable y que lo que ocurre es que a partir de entonces el objetivo cambia, es mantener o mejorar la calidad de vida en la medida de lo posible y atender a los familiares.
- Vivimos una época en la que en paralelo a la medicina paliativa hay demandas sociales como la eutanasia. ¿Hasta dónde alcanza la eficacia frente al dolor y las demás secuelas de la situación de incurabilidad?
- Hoy estamos en condiciones de ofrecer a los enfermos al final de su vida un modelo de atención capaz de dar respuestas a las múltiples necesidades de todo tipo, incluso las más extremas en materia de dolor. De hecho usamos analgésicos muy potentes, incluso la morfina, en las dosis que sean necesarias para, si no suprimir, sí aliviar el dolor hasta en un 90 o 95 por ciento del dolor, así como el resto de los síntomas. Y cuando un paciente en sus últimos días o horas de vida tiene lo que se llama un síntoma refractario, que no responde a nada, disponemos de un último recurso que es la sedación paliativa. Ésta consiste, como se sabe, en disminuir la consciencia para evitar que, por ejemplo, una persona con problemas respiratorios serios tenga una muerte horrorosa, por asfixia, viviéndola plenamente consciente, con lo que sufriría lo indecible. Justo la semana pasada hemos presentado una guía nacional para que todos los facultativos del sistema púbico sepan cómo proceder en estas situaciones, que era justo el conflicto que generaba el proyecto de ley que finalmente no acabó de ver la luz, porque se establecía el derecho a la sedación paliativa... Y muchos decíamos que bien, pero siempre que se lleve a cabo siguiendo la lex artis.
- Que fuera prescrita.
- Claro, que, como todo tratamiento aceptado universalmente hoy en día y, por lo tanto, con sus indicaciones y contraindicaciones, se llevara a cabo bajo el principio de la buena práctica. Es más, los avances de la medicina paliativa son el mejor argumento contra la eutanasia. En realidad, quien reclama la eutanasia lo que está pidiendo entre líneas es que le atiendan, le quiten el dolor, que no se le considere una carga para la sociedad. Por eso en los lugares donde hay buenos cuidados paliativos la demanda de eutanasia es anecdótica.
- ¿Y dónde está la frontera entre paliar el dolor y tener a alguien artificialmente con vida?
- En la medicina paliativa no se nos plantean esos problemas, porque ante un caso de alguien que no responde ya a nada nunca ponemos en marcha medidas heroicas, como un respirador artificial, por ejemplo, sino que, con el permiso del paciente o de los familiares, le disminuimos la consciencia para que no muera, digamos, de una forma inhumana. No se trata ni de adelantar la muerte ni de retrasarla por obstinación terapéutica, sino de respetar el proceso vital dándole el apoyo para evitar sufrimientos.