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Monday, July 28, 2008

El enfermo terminal

El enfermo terminal
PBRO. DR. JOSÉ JUAN GARCÍA - INSTITUTO DE BIOéTICA DE LA UCCUYO

Responde a la lógica que a los enfermos terminales se les deba prestar una atención continua y esmerada que alivie, en la medida de lo posible, su dolor y angustia. Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos al enfermo no pueden ser interrumpidos sin menoscabo de su dignidad. Este cuidado abarca la higiene general, el tratamiento analgésico que mitigue el dolor, la atención a su estado anímico y espiritual, la hidratación y el alimento.

Este cuidado "ordinario" se vuelve obligatorio, pues corresponde a la dignidad de la persona humana el recibirlo siempre. Es habitual observar que el enfermo terminal llega a tal estado de debilidad e indigencia, que hace necesario de todos, personal sanitario, familiares, amigos, etc., la cercanía y la contención que haga más humana su situación extrema. Para los que somos creyentes, sentimos que el mismo Jesús nos lo manda: "Estuve enfermo y fuisteis a visitarme." (Mt 25, 31). Incluso esa situación puede ser ocasión para un encuentro definitivo con el Dios de la vida y del amor.

Desde el punto de vista ético se presentan dos graves problemas, que conciernen tanto al médico como al enfermo y sus familiares. Uno es si se debe recurrir a los denominados "medios extraordinarios", bien sea por sus costos o por la aplicación de nuevas técnicas de riesgo. El otro problema es si, en casos de dolores físicos, se pueden aplicar analgésicos hasta el punto que merme el estado de lucidez del enfermo.

Respondiendo a la primera cuestión, se entienden como "medios extraordinarios", aquellos que son desproporcionados por sus técnicas y costos y que ofrecen muy pocas esperanzas de éxito. Es insustituible hoy el "consentimiento informado", tema tan rico éste que no lo podemos abarcar aquí. Creemos que es lógico pensar en que si nadie está obligado a lo imposible, a fortiori, nadie estará obligado al uso de los medios extraordinarios o desproporcionados. En cada caso, se podrán ponderar los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de riesgo que comporta, los costos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.

Ahora bien, es lícito interrumpir la aplicación de dichos medios cuando los resultados obtenidos en reiteradas y sucesivas verificaciones, defraudan las justas esperanzas, anhelos y costos puestos en ellos. Obvio es decir que en estos casos se requiere el consentimiento informado del paciente si es posible, de los familiares y el juicio interdisciplinar de médicos idóneos que conforman el Comité de Bioética. No será obligatorio, de ningún modo, someterse a aquellas técnicas que aún no están del todo debidamente aprobadas y experimentadas. Será justo contentarse con los medios normales que la medicina puede hoy ofrecer. Su rechazo no equivale al suicidio; significa simple aceptación de la condición humana y disposición a enfrentar la muerte.

Rechazar el "encarnizamiento terapéutico" en estas condiciones extremas, no es provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Uno extremo negativo es la eutanasia -adelantar por "piedad" la muerte- y el otro extremo negativo es dicho encarnizamiento terapéutico.

En relación al uso de analgésicos, la segunda cuestión que nos planteábamos más arriba, creemos oportuno brindar sucintamente estos criterios éticos. Hay quienes encuentran sentido a su dolor con lógicas razones -de orden moral, espiritual, religioso, etc.- y no es rechazable la disposición a sufrirlo libre y pacientemente. Pero, lo normal es hacer uso de los fármacos que alivien o supriman el dolor, aunque de ello se derive, como efecto secundario no buscado ni querido, entorpecimiento, minusvalía o menor lucidez.

Mitigar el dolor del enfermo terminal es una noble tarea que se le impone de suyo, al personal médico, incluso con alguna cuota de riesgo de abreviar los días de ese enfermo agónico, pues aquí la muerte no es pretendida ni buscada, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como suceso inevitable.
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