Aborto y Estado
por Joaquín Santiago Rubio
A pesar de que disfruto y padezco con una ética, y las emociones concomitantes a ella, radicalmente contraria al aborto, pretendo no fundamentar mis razonamientos en lo que prefiero que sea, si no un resultado, sí, al menos, un argumento anexo, aunque no trivial, a mis conclusiones.
El aborto, matar niños en el vientre de la madre, puede ser estudiado, aunque no solamente, desde el punto de vista de la lógica de la acción humana. Desde ella observamos que los infanticidios, precedentes de la práctica abortista, han tenido una cierta difusión a lo largo de la historia. En muchos casos iban acompañados por las aplastantes condiciones de una economía de subsistencia que obligaban al sacrificio bien de ancianos, bien de niños. Incluso aunque unos u otros no fueran bien vistos desde la ética dominante, tal es el caso de la Europa cristiana de los siglos XVI, XVII y XVIII, la vida de éstos valía sustancialmente menos que la de un adulto productivo.
Parece claro que el menosprecio de la vida de los niños está relacionado con la incapacidad del sistema económico de dar cobijo a más población y, además, con la presencia o no de presión ideológica (religiosa, esencialmente) a favor del mantenimiento de la vida. No obstante, a pesar de que la situación actual en torno al aborto es presentada como esencialmente diferente por parte de los grupos abortistas, la carga que supone para los gastos en bienes de consumo, incluido el tiempo, parece el factor determinante que lleva a muchas mujeres a abortar. Esta propensión al corto plazo no tiene por qué estar siempre presente en la abortista, pues su entorno puede proporcionarle argumentos varios que confluyan todos en dicho inmediatismo.
En un entorno de precariedad extrema, como el supuesto en determinadas épocas, poco podía hacer la ética imperante a favor de la vida para proteger a los chicos y niños. A pesar de esa relativa mayor impotencia, la persistencia en difundir esa ética fue factor esencial para que, incrementada la producción de masas por el capitalismo nacido en la Inglaterra del siglo XVII, las consecuencias a favor de los niños se hicieran notar. Un hecho que permite valorar la importancia del factor ético-cultural es la experiencia del infanticidio y los abortos selectivos en la India yen muchas áreas en Asia oriental. El desarrollo del capitalismo y la expansión productiva aún no fue, en esas zonas, determinante a la hora de erradicar esa práctica aberrante incentivada por lo que considero un sustrato cultural preexistente poco proclive a proteger la vida infantil. La inexistencia del concepto de derecho a la vida unido a instituciones tradicionales (la dote) y decisiones del Estado (caso de China), confluyen en que esta práctica persista.
Hoy, en Occidente, se da, no obstante, la aparente paradoja de que la expansión productiva y los excedentes sí puede servir para erradicar toda práctica, no ya de infanticidio, objetivo éste logrado ya (salvo casos delictivos), sino de aborto y de la tendencia concomitante de la reducción de hijos por pareja. No son comparables en términos éticos ni mucho menos (serían frívolos, pues, los comentarios al respecto) pero coinciden en basarse, utilitariamente, en la escasa propensión a sacrificar los bienes presentes en la crianza de hijos. No se piensa, siquiera, en la acumulación de riqueza hoy para su incremento en manos de los descendientes porque, básicamente, no interesa al estamento político y tiende a penalizarlo.
Y aquí radica lo que creo esencia de la persistencia de opiniones favorables al aborto. Una muy importante es la generalizada elevada preferencia temporal fomentada desde los gobiernos que buscan resultados en popularidad y welfare state a corto plazo sin sacrificar, coherentemente, el alargamiento de la estructura productiva. La única manera de que los políticos obtengan el apoyo masivo es proporcionar incentivos a las masas con bienes presentes y fomentar políticas monetarias que, además, alarguen la estructura de producción. Incentivan el consumo masivo (la persistencia de la propensión existente o su incremento) con bajos tipos de interés y, a la par de este desarrollo, una cultura del placer inmediato, del culto a los deseos fugaces, de desánimo al ahorro. Las políticas monetarias laxas lo hacen innecesario.
Y fruto directo de dicha cultura es el denominado concepto de autoposesión, derecho de la madre a abortar, a pesar de que su supuesto derecho conculca el derecho a la vida de niños que no decidieron existir; un derecho, a mi juicio, superior. Si, como Hayek apunta, un sistema social y económico prevalece cuando mantiene con éxito a un determinado número de personas podemos decir que el nuestro, habida cuenta de su capacidad para integrar a población inmigrante, también sería capaz de integrar a los hijos de todos. La elevada preferencia temporal que hoy adopta el fondo de una ética social orientada a la autosatisfacción inmediata y arraigada en las intervenciones estatales, explica la persistencia aún de éticas proabortistas.
La presión sobre el estado para que, sin dejar de manipular los factores económicos y culturales, busque fomentar la natalidad como resultado de presiones éticas en esta línea o de promover el aborto fundándose igualmente en razones éticas, yerra, a mi juicio, el tiro. No se confronta directamente con todo el sustrato ético que lo sostiene y con el tipo de intervencionismo político que hace que el llamado hedonismo dominante sea un modo de sostener al estatismo más devorador. Oponerse así al aborto es peor que nadar contracorriente.
Sería más coherente luchar por la erradicación del aborto a la vez que se difunde una ética, asentada en la acción humana, que fomente el ahorro y cultivo del bienestar de los descendientes como modo de enriquecer y ampliar a la sociedad y penalice las políticas de manipulación de la preferencia temporal de la población. Sin intervencionismo estatal la población decidirá el grado de propensión al consumo que desea y los grupos éticos antiabortistas no necesitarían del Estado para difundir una ética provida acorde con las capacidades económicas de una sociedad cada vez más extensa.
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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