Según un estudio realizado con aves, las peticiones exageradas de alimentos tendrían un coste energético para evitar que los hijos manipulen a los padres. Los resultados podrían servir para comprender la psicología infantil de los bebés humanos.
Una investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha demostrado que las exigencias de comida exageradas no compensan energéticamente. Esta circunstancia aseguraría que las crías no puedan manipular las pautas de alimentación de los padres. El estudio, realizado con pollos de alcaudón meridional, un ave muy extendida por la Península Ibérica, ha sido publicado en la revista Journal of Evolutionary Biology.
"Las crías de aves altriciales, aquellas que nacen ciegas, sin plumaje y casi sin movilidad, piden comida mediante un comportamiento extravagante y llamativo. Sin embargo, ese comportamiento tiene un coste, ya que las exigencias insistentes repercuten de forma negativa en la capacidad de crecimiento y en la respuesta inmune de los pollos", explica el investigador del CSIC Gregorio Moreno-Rueda, de la Estación Experimental de Zonas Áridas.
Según este estudio, para que las señales sean honestas y reflejen fielmente la necesidad de los pollos, hambre en este caso, deben ser costosas de producir. De lo contrario los pollos pedirían a sus padres más comida de la que los padres deben suministrarles y se produciría un conflicto paternofilial.
Durante el experimento, el equipo de investigación separó dos grupos de pollos, a los que sometió a las mismas condiciones ambientales y suministró la misma cantidad de alimento. Sin embargo, uno de los grupos fue estimulado para que solicitase comida durante casi 30 segundos por hora, mientras que el otro solo dos. Tras la comparación de resultados los investigadores vieron que el grupo de aves que solicitó alimento durante menos tiempo presentaba una tasa de crecimiento y una respuesta inmune superior al otro grupo.
"Los resultados de nuestra investigación podrían ayudarnos a comprender la psicología infantil de los humanos, ya que el llanto de los bebés es análogo al comportamiento de petición de los pollos. Si nuestros resultados son extrapolables a la psicología infantil, el llanto supondría un gasto de energía que se traduciría en una reducción de la tasa de crecimiento y de la inmunocompetencia", comenta Moreno-Rueda.
ECOticias.com – ep
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Rodrigo González Fernández
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