Por Juan Masiá Clavel
Con ocasión del "caso de Beatriz" (embarazo de riesgo por feto anencefálico), que ha acaparado mundialmente la atención, me afectan y preocupan las referencias a la "prohibición por parte de la iglesia" o al "apoyo de la Conferencia episcopal a la legislación restrictiva de El Salvador". Me afectan, por mi dedicación académica a la ética. Me preocupan, porque entiendo, desde mi dedicación ministerial, que no se puede mantener ese rechazo en nombre de la fe, sino todo lo contrario.
Me preguntan desde el club de prensa de Japón: "¿Por qué la Iglesia no lo permite?" He de explicarles: "No se puede rechazar en nombre de la iglesia esa interrupción no abortiva del embarazo". Me preguntan en Madrid: "¿Es usted partidario de la prohibición del aborto o de los derechos de la mujer?" Respondo: "No es esa la pregunta para este caso". Me telefonean desde Florida para preguntarme, en inglés, si me afilio al grupo pro-life (por la vida) o a los movimientos pro-choice (por la decisión de la mujer). He de decir: "La pregunta no es pertinente, modifiquémosla". Niego la alternativa de la pregunta. En vez de contraponer al grupo "pro-life" y el movimiento "pro-choice", prefiero explicar mi postura declarándome "pro-persona" . Por estar en favor de la vida, de los derechos de la mujer, y de la protección de la dignidad de la vida naciente, es por lo que afirmé desde el principio que habría sido justa y justificada la interrupción del embarazo en el caso de Beatriz. No era necesario ser pro-abortista para justificarla. También desde una postura antiabortista se podía y debía en este caso haber justificado el aborto terapéutico, basándose en la ética de los derechos humanos y en la moral teológica más tradicional.
Es incomprensible la actitud de las organizaciones antiabortistas (pro-vida) y de la Conferencia Episcopal de El Salvador que, en nombre de la defensa de la vida, se opusieron incondicionalmente a la interrupción del embarazo en este caso. Esta postura cerrada provoca la reacción opuesta por parte de quienes apoyan indiscriminadamente la decisión abortiva, alegando un derecho de la mujer (pro-decisión) sobre la vida del feto en cualquier caso. Ambas posturas son injustificables éticamente. Aprobar lo justo de la interrupción del embarazo en este caso no significa estar contra la protección debida a la vida fetal. Tampoco hace falta recurrir a un derecho a ultranza de la gestante en cualquier caso para decidir la supresión de la vida nascitura. Más aún, me atrevería a decir que, en este caso, no se trataba de un derecho, sino de una obligación de interrumpir ese embarazo antes de que fuera demasiado tarde. Pienso que esto se puede decir desde una ética "pro-persona". Si el aborto se define como una interrupción del embarazo injusta e injustificada, no toda interrupción del embarazo puede conceptualizarse como aborto. No diríamos que, en el caso de Beatriz, se permitía el aborto o se reconocía el derecho a abortar, sino que había incluso obligación de hacerlo para proteger a la persona y, por eso, practicar la intervención terapéutica, que no debería llamarse moralmente aborto, sino interrupción justa y justificada del embarazo.
Más información: Los médicos dan el alta a Beatriz.
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